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Producir y reproducir el conocimiento

Las culturas del denominado mundo occidental han transitado por grandes etapas claramente diferenciadas — Si bien no hay un criterio único, en líneas generales podríamos hablar de cinco: Prehistoria, antigüedad, edad media, edad moderna y era contemporánea. Uno de los principales factores de quiebre que marca el salto de una a otra es la forma que tiene la humanidad de difundir el conocimiento — Historia, cultura, nuevas ideas. Y hoy estamos sin duda alguna a las puertas de un nuevo cambio, que con toda seguridad replanteará el mismo funcionamiento de la sociedad.

La antigüedad, primer etapa de la civilización inicia con la invención de la escritura — Ya no es indispensable que el sabio en turno reúna todos los conocimientos de su cultura; al dejarlos por escrito, puede aumentarse el total de conocimiento sin que sea a la vez propiedad y responsabilidad de una persona o un reducido grupo. Además, la muerte del viejo sabio no significa volver al punto de partida.

La edad media inició con la caída del imperio romano: Al colapsar la red de caminos, al surgir bandas de ladrones que imposibilitaban el tránsito, y al no haber ya un idioma oficial para todas las comunicaciones del mundo conocido, el desarrollo del conocimiento sufrió un fuerte freno.

No podemos concebir que inicie la era moderna sin la invención de la imprenta: Durante siglos, el conocimiento fue patrimonio de muy pocos, principalmente de ecleciásticos, en una institución altamente conservadora. Al volverse posible la reproducción masiva de los documentos (en contraposición a esperar meses o años a que un copista reproduzca un único ejemplar), la explosión en el saber y en el contacto entre culturas sencillamente destruyó el órden establecido, y sólo a través de éste cambio llegamos a una sociedad que comienza a ser comparable con la actual.

Pero tardó aún varios siglos la formación de una masa crítica de gente capaz de leer y escribir. En un principio, los libros circulaban sólo entre científicos y religiosos. Poco a poco, más gente obtuvo acceso al conocimiento — y no es casual que en todo el mundo occidental inicie con pocos años de diferencia la era de las revoluciones, y con ella la era contemporánea: El tener acceso a debates, a ideas, el plantearse siquiera la existencia de derechos fundamentales, dieron inicio a la revolución francesa, la independencia de los Estados Unidos, seguidas por las de Latinoamérica, y continuaron con la mezcla de debates y guerras en que se convirtieron los siguientes dos siglos. Más enfocado a la temática que busco abordar: En 1710 apareció el Estatuto de la Reina Ana, el antecedente directo de las actuales leyes de derechos de autor, estableciendo un periodo de 14 a 28 años durante el cual tendría efecto un monopolio legal del autor sobre las reproducciones que pudieran hacerse de su obra, pasado el cual ésta pasaría a convertirse en dominio público.

Me atrevo a apuntar que un cambio tan grande como el que supuso la imprenta lo supuso también el mimeógrafo, inventado en los 1880: Montar un taller tradicional de imprenta, de tipos de plomo fundido, si bien es más fácil que copiar libros a mano y uno a uno, sigue requiriendo una gran inversión económica y de tiempo para cada obra. Un mimeógrafo es muy económico y portátil, y un original puede prepararse en minutos. Los mimeógrafos fueron un agente fundamental para las revoluciones ideológicas de inicios y mediados del siglo XX. En México, la época de la revolución vio el nacimiento de una gran cantidad de publicaciones, mini-periódicos, que reproducían caricaturas y corridos –la forma más fácil de llevar las noticias y la ideología a un abundante público– precisamente gracias al bajo costo y facilidad de operación de los mimeógrafos.

Claro está, estoy seguro de que al leer ustedes los elogios que hago al mimeógrafo, les resultará obvio hacia dónde es que quiero dirigirme: El punto de quiebre que estamos cruzando hoy está representado por el acceso prácticamente universal a Internet. Y este cambio se presenta por varios factores: Como nunca antes en la historia, hoy podemos reproducir y diseminar el conocimiento: 1) sin que importen límites o distancias geográficas; 2) con un costo de reproducción casi cero; 3) es posible publicar de inmediato, sin necesidad de un proceso editorial; 4) todo mundo puede publicar sus obras sin la intervención de intermediarios, sin controles impuestos, sin censura, y sin responder a criterios de mercado.

Estos cuatro puntos sacuden –nuevamente– los cimientos de grupos políticos y económicos muy poderosos en nuestra sociedad. Al cambiar la realidad, debe cambiar la normatividad. Específicamente, hoy nos encontramos con que las leyes de derecho de autor no se ajustan ya a la realidad actual — Si bien los legisladores han intentado actualizar las leyes que reglamentan a la propiedad intangible, los supuestos de la producción y la reproducción del conocimiento han cambiado de forma fundamental. En las últimas tres décadas han ido apareciendo grupos –desde los diferentes ámbitos de la creación cultural– que cuestionan la pertinencia de leyes ya obsoletas, definitivamente no adecuadas a la realidad actual.

La industria editorial es de gran importancia económica, pero se enfrenta a una irremediable obsolescencia. A lo largo de los últimos 80 años, el término de protección de derechos de autor se ha sextuplicado, protegiendo los primeros ejemplos de propiedad intangible masivos de la historia (los primeros personajes animados de Walt Disney — ¡Resulta triste descubrir que Mickey Mouse dirija las políticas públicas en materia de creación cultural!). Al mismo tiempo, sin embargo, han nacido grupos de creadores que defienden la libertad del conocimiento y de las artes — Organizaciones de todo tipo, como Free Software Foundation, Creative Commons, Wikipedia o Public Library of Science nos muestran una gran diversidad de conocimiento, de la más alta calidad, creado y distribuído sin pasar a través de los filtros de la industria editorial.

El momento histórico en el que nos ubicamos nos presenta grandes retos, grandes oportunidades, a la mayor escala posible. Está en juego el que podamos aprovechar la tecnología para crear una verdadera nueva etapa en el desarrollo de la humanidad toda. No podemos permitirnos desaprovecharlo.

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